La Historia del Burdel

El contexto histórico de los burdeles clásicos


Hacia finales del siglo XIX existían en Santiago una prostituta por cada cuarenta habitantes, o sea, cinco mil. Este número nos hace suponer la gran incidencia que este sector tenía dentro de la sociedad y la cultura popular, aún cuando esta intentara atenuarla de alguna manera. Esta gran explosión de mujeres públicas podría explicarse por la gran cantidad de campesinas que inmigraron a la capital.Hacia la celebración del Centenario de la Independencia de Chile de 1910, la prostitución tuvo un gran protagonismo marcado por festejos ostentosos. Sin embargo en aquella época las condiciones de vida eran bastante precarias, la riqueza se encontraba distribuida de manera desigual, la gente vivía hacinada en los conventillos que aún nos rememora aquella época en la arquitectura actual de la urbe.Las condiciones indignas de vida desembocaron en la destrucción ética de la familia, las carencias y el alcohol hicieron permisivo que el jefe de familia asistiera a prostíbulos, dando esto cabida a la infidelidad y el surgimiento de un machismo exacerbado en la condición del adolescente que pierde su virginidad y utiliza a la mujer como objeto de deseo, alentados por sus propios padres.Otro factor pudo haber sido la llegada de extranjeros relajados en su moral, inclinados por los vicios que eran mal vistos en la sociedad más conservadora de Chile. Debido a ello es que nacen los llamados "barrios chinos". A principios del siglo XX cambia el concepto del burdel, teniendo posibilidad de ingreso ya no sólo rotos, desmarcándose de la sociedad el estigma de la carga de condición miserable de vida el participar en estos espacios: se incorpora gente del mundo de la política, intelectuales y algunos profesionales. La estética del burdel comienza a configurarse a partir de elementos más ostentosos: el piano marca la pauta de celebración de las fiestas, aunque allí la forma de diversión sigue igual de brava. En su mayoría las "niñas" de estas casonas, que ya son bastante amplias y tratan de ser decorosas, aunque a algunas no les alcance el presupuesto para serlo, son husitas que vienen del campo a la ciudad. Esto refuerza la idea de que la inmigración campo ciudad sin duda es un factor determinante para este auge de trabajadoras sexuales. La cueca era uno de los bailes típicos en este tipo de casas, formando parte del imaginario popular que se ha proyectado hasta nuestros días. La vida del burdel en Santiago cumplía una función mucho mayor que el prostíbulo, además eran bares o discoteques donde se iba a bailar, cantar, escuchar al pianista homosexual, etc. En definitiva un espacio de diversión donde los elementos tradicionales junto al afrancesamiento de algunas actitudes y mobiliarios de las casonas confluían de una manera bastante peculiar. 


Los "barrios rojos" de la capital

Con la llegada de las casas de re molienda a los barrios,ésta arrastraba consigo a toda un tipo de comercio relacionado con el rubro: bares, vendedores callejeros,moteles y tugurios. Tal era la frecuencia con la que eran visitadas. Y así como llegaba toda esta "piltrafa" de comercio se iban configurando de este modo los barrios rojos de Santiago, o sea los barrios donde la violencia, la muerte, los celos y el alcohol hacían de las suyas en una confabulación donde las vicisitudes del hombre explotaban, sin pretender contenerse. Estos barrios se ubicaron en determinados lugares, como Estación Central, allí un burdel ambienta la escritura de la novela "El roto de Joaquín Edwards Bello". 


El fin de las casas de remolienda

Muchas veces los burdeles se hacían pasar por botillerías o cabarets para pasar por alto las penalidades de la autoridad con todo el rigor de su ley sobretodo después de la publicación de la Ley Nº 11.625 de Estados Antisociales, aprobada el 4 de octubre de 1954. Nacida como proyecto en el gobierno de Gabriel González Videla y promulgada en el segundo mandato de Carlos Ibáñez del Campo, esta ley tenía un fuerte acento moralista frente al comportamiento público y contra la delincuencia, que obligó a muchas de las casas de remolienda a adaptarse a las restricciones adoptando los giros decorativos que hemos descrito, para poder seguir operando de manera clandestina como prostíbulos. No fue la única persecución ni la peor: de hecho, en algunos casos ni siquiera se necesitó respaldo legal para proscribir y demoler lupanares.De esta manera comienzan a desaparecer abruptamente, y marca el ocaso de su existencia.

Agradecimientos a http://urbatorium.blogspot.com/ (1°Lugar Concurso: El Mejor Contenido Local en el Bicentenario).

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